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Se supone que somos la sociedad de la información pero creo cada vez más firmemente que es la sociedad la que acaba dictando los contenidos en muchas ocasiones, ya que hoy en día cualquier cosa se presenta a modo de «producto», un producto que desea ser vendido. Si fueramos esa preconizada sociedad de la información no seguiríamos encontrándonos con informaciones manipuladas, poco contrastadas…pero lo peor, bajo mi punto de vista, son las informaciones banales. Según La Real Academia de la Lengua Española, algo banal es algo común, trivial, INSUSTANCIAL.

El fotoperiodismo no es ajeno a este debate. Además de encontrarnos con esa supuesta sociedad de la información nos encontramos en plena la era digital. En cuanto a fotografía, ¿quién no conoce el Photoshop?
Parece que hemos olvidado esas fotos antiguas, que hay que hacer casi lo imposible solo por conservarlas en buenas condiciones.  Ahora nos preocupamos de borrar imperfecciones en la cara, ojeras, dar brillo a nuestras largas melenas… Los retoques, sean de la índole que sean, sí son propios de esta, nuestra sociedad, inconformista en lo superfluo y pasiva en lo decisivo.

Los primeros fotógrafos con mentalidad de fotoperiodista como Robert Capa, o Henri Cartier – Bresson, mencionados en entradas anteriores, mostraban la realidad lo mejor que podían con su vieja Leica, o cualquier otro tipo de cámara con la que hoy no sabríamos hacer nada sin todas la innovaciones a las que estamos acostumbrados. Las cámaras profesionales, es decir, las cámaras réflex, se han convertido en un juguete al alcance de cualquiera. Me atrevería incluso a decir que, a veces, parecen haberse convertido para muchos, en un valioso accesorio que colgar de su cuello. Seguimos en la línea de la banalidad a fin de cuentas.

Si nadie parece preocuparse de la realidad sin photoshop ¿por qué debería haber un fotógrafo jugándose la vida para intentar captar un instante decisivo de realidad?

En mi opinión, son personas tan necesarias como los son sus duras imágenes, necesarias para devolvernos a la realidad. Pequeñas píldoras que con que consigan estremecer a un sólo espectador, parecen haber hecho su trabajo.

Está muy bien saber acerca de los conflictos abiertos del mundo, así como de las catástrofes que golpean decenas de países gradualmente, pero… ¿qué serían esas informaciones sin su correspondiente imagen?
Para mi NADA. Es difícil imaginarse una situación que no se ha vivido, o fácil si la imaginas color de rosa, pero como el mundo no vive precisamente rodeado de relaciones idílicas son necesarias esas muestras en forma de pixel.

Una vez metidos en materia… ¿es necesario vender tragedia?
Reporteros Sin fronteras en su informe anual, ya ha presentado las «consecuencias» del 2010:

– 57 periodistas asesinados.
– 51 periodistas secuestrados.
– 535 periodistas arrestados.
– 1274 agredidos o amenazados.
– 504 medios de comunicación censurados.
– 127 periodistas huyeron de su país.
– 152 blogueros y ciberciudadanos arrestados.
– 52 agredidos.
– 62 países afectados por la censura en Internet.

Estas cifras muestran la situación real de la profesión, pero la audiencia sigue mandando. Parece que si hay tantos periodistas y fotógrafos repartidos por el mundo debe ser que son necesarios. Pero esta sociedad de la información desinformada parece reaccionar sólo si hay tragedia por el medio. Todos y cada uno sabemos que hay guerras, pobreza, catástrofes naturales; humanas; políticas… desigualdades sociales, etc., pero parece que si no nos muestran una foto desgarradora seguimos parpadeando como si nada. Parece que hemos tomado conciencia plena de ‘espectador’, delante del televisor o del ordenador viendo imagen tras imagen, noticia tras noticia, pero sabiendo siempre que solo somos espectadores, no formamos parte de todo aquello que nos cuentan, nos limitamos a echarle un vistazo, a ‘oírlo’.

Ante la pregunta de si es necesario vender tragedia, la propia pregunta puede ser una falacia. La tragedia no se vende. La tragedia es una realidad en la que infinidad de fotoperiodistas deciden participar, saliendo del sofá, para mostrar las diferentes perspectivas de un mundo que irónicamente quieren globalizar.

¿Qué pasa cuando las fotos más impactantes, desgarradoras, trágicas, dolorosas, y un largo etcétera de penurias, ya sólo ganan concursos de prestigio pero no movilizan a nadie?

Por no hablar del fotoperiodista como persona, no sé si alguien se para a pensar quién está detrás de esas pequeñas dosis estremecedoras de realidad. Son profesionales remunerados y… ¿ya está? Detrás del objetivo se encuentra un testigo directo que va a tener que aprender a sobrevivir entre violencia, ejércitos, disparos, censuras, pero sobretodo, entre gente que no merece vivir la injusta realidad que le ha tocado. No se trata de hablar de personajes heroicos, se trata de hablar de personas que tienen que volver a su propia realidad, la realidad de que como testigo no van a cambiar los acontecimientos, solo mostrarlos a una audiencia, un tanto impasible, que se dedica a galardonar la tragedia pero sin implicarse en ella.

Supongo que es una parte de la crisis que también vive el mundo de la información. Enfrentarse a un público que va siempre con prisas, demasiado multitudinario, y en ocasiones, demasiado inmunizado.